sábado, 27 de agosto de 2011

Un episodio de la Guerrilla de Ayopaya

Un episodio de la Guerrilla de Ayopaya
José Santos Vargas, el legendario Tambor Vargas, Comandante de la Guerra de la Independencia en los valles de Ayopaya, Sica Sica y los Yungas, de La Paz, dejó un famoso Diario, que es único en el continente, pues no hay otro testimonio escrito de la Guerra Patria.
Es un documento poco leído pero sí estudiado con dedicación por don Gunnar Mendoza y por la investigadora francesa Marie-Danielle Demélas.
El Cronista de la Ciudad ha hecho una adaptación de uno de los acontecimientos que narra el Tambor. Dice así:
EL INCENDIO DEL PAJONAL
En una ladera del Cerro Chicote que llaman Tomaycuri, donde el camino parece una raya en la pared, ocurrió otro episodio que muestra el temple de Lira con sus hombres. Habíamos salido de Mohosa y marchábamos hacia el Cerro Chicote, con dirección a las alturas de Pocusco, cuando nos había estado siguiendo el subdelegado Agustín Antezana con 120 hombres. Botaron patrullas a la cumbre, al río y al centro iban oficiales y jinetes. Éramos 26 hombres y caminábamos en fila por el sendero estrecho cuando sentimos voces del enemigo que nos gritaban desde una patilla ubicada sobre nosotros, de modo que éramos presa segura. Ofrecían la piedad del Monarca invicto y el indulto a Lira. Me di la vuelta y lo vi demudado y pálido, porque al parecer no había más remedio que entregarse, pero de pronto nos dijo que por nada del mundo debíamos caer.
--Más vale morir peleando con bayonetas. Moriremos por la Patria, nos pondremos en manos del Ser Supremo –nos arengó.
En eso, el soldado Pedro Loayza, natural de Tiquirpaya, población cercana a Palca, quiso hablar.
--Mi comandante, yo no voy a caer preso. Más vale morir desbarrancado.
Y se tiró al abismo ante el estupor de los 25 compañeros que lo sentimos caer y caer sin llegar al fondo. Lira quiso precipitarse a su turno pero lo agarramos entre todos, si no, se entraba al barranco. Recuperó el control y volvió a la carga.
--A ver, a botar sus fusiles. Agárrense de las manos. Yo seré el primero en morir por amor a la Patria –nos dijo.
Así quería que todos nos tiráramos al abismo. Serían las tres de la tarde y los realistas seguían la escena en medio de risas y burlas, cuando el sargento Julián Reynaga, natural de Machaca, sobrino del cura doctor Zeballos, le habló a Lira.
--Mi comandante, quemaremos el pajonal y así tal vez podamos escapar.
Lira lo escuchó y cambió de semblante. Cargó su fusil sólo con pólvora, mojó el cartucho en la boca, rastrilló y disparó. Salió del fusil un fogonazo porque la pólvora se prendió al cartucho mojado y prendió el pajonal.
--¡Como puedan peguen fuego! –ordenó Lira.
Con las descargas que hicimos y el viento de la montaña, el incendio creció de abajo arriba, pero también porque las pajas estaban crecidas más que la altura de un hombre. El enemigo huyó cuesta arriba pidiendo misericordia porque el fuego los cercaba y las llamas eran capaces de atemorizar a un ejército. Se quitaron las cartucheras para no abrasarse con los paquetes de pólvora y botaron sus fusiles. Cuando llegamos a la cumbre, rescatamos 17 fusiles y más de 40 cartucheras que volaban totalmente achicharradas en medio del fuego. Lira daba gracias a Dios con lágrimas en los ojos, feliz de que nos salváramos todos. Únicamente tuvimos que lamentar la muerte de Pedro Loayza. Lira era así de eufórico. Se secó las lágrimas y me pidió que tocara zafarrancho.
--Al ataque, muchachos. ¡Al humo! ¡Qué Rey invicto ni qué ocho cuartos! ¡Sólo la Patria es invicta! ¡A ver el Rey que apague el incendio!
Era hermoso verlo así alto, grueso y erguido, con la barba al viento y agitando el sombrero en la mano, como un abanico, alentándonos para perseguir al enemigo.
Del enemigo quedaron dos muertos que fueron comidos por los buitres; los demás huyeron como pudieron. Así bajamos al Río Grande de Ayopaya, que discurre en la base del Cerro Chicote y separa este cerro del de Pocusco, pensando en que la ligereza de Lira pudo costarnos la vida, así fuera en nombre de la Patria, pero su resolución nos salvó al incendiar el pajonal.

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