sábado, 27 de agosto de 2011

Elogio de la familia Anaya

Elogio de la familia Anaya
Cochabamba le debe buena parte de su tradición a la familia Anaya. El padre, don Franklin Anaya Ferrufino, era un Magistrado de acrisolada honradez. Sergio Almaraz cuenta en Petróleo en Bolivia que la Standard Oil le dio un cheque en blanco para torcer su fallo de
Magistrado en el caso de la nacionalización de sus concesiones petrolíferas, pero don Franklin exigió que lo rompieran en su delante. ¿Cómo iba a fallar contra su patria?
Un cliente le llevó en pago un collar de perlas que pertenecía a su hija. El Dr. Anaya la llamó y le obsequió el collar con fina galantería. Tuvo seis hijos, a cual más talentoso: Célida, Ricardo, Héctor, Franklin, Rafael y María Teresa. Ricardo integró el binomio Arze-Anaya junto a su primo José Antonio Arze, y ambos influyeron en la estatura intelectual y moral de la familia. En la década del 20, siendo casi adolescentes, estaban al día en el ideario de las grandes transformaciones del siglo XX: la Revolución Mexicana de 1910, la Revolución Rusa de 1917, la Reforma Universitaria de Córdoba en 1918, el movimiento universitario que conquistó la Autonomía en 1930 y la obra de pensadores latinoamericanos de la talla de José Carlos Mariátegui, Alfredo Palacios y José Recabarren. Ricardo fue el introductor de la ideología marxista en Bolivia. Franklin fue urbanista y pedagogo; junto a su hermano Rafael, músico, fundó el Instituto Eduardo Laredo, que fue declarado Patrimonio Cultural de la Nación al cumplir 50 años de vida. María Teresa continúa siendo una gran animadora cultural y maestra de pintura en porcelana con numerosas discípulas. Se casó con el diplomático Gustavo Medeiros, su hijo, del mismo nombre, es arquitecto y pintor, y su hija Carmen es antropóloga. Unas línea sobre Héctor, a quien se lo conoció cariñosamente como El Hormiga Anaya. Lo bautizó así el Dr. José Antonio Rico Toro, al observar que abandonaba las noches de bohemia y se iba por la noche sin tomar un solo trago. Un día lo siguieron, en tiempos en que el alumbrado público era mortecino, y vieron cómo en la oscurana trepaba por una pared en busca del tálamo de su enamorada. El Dr. Rico Toro comentó que trepaba “como una hormiga” y así se quedó con el apodo.
Había trabajado, a su retorno de Chile, desde sus 20 años en la docencia de secundaria y universitaria. Un buen día, su hermano Ricardo Anaya Arze, que era Rector, supo de algunas inasistencias del Hormiga, una costumbre en la deliciosa vida del valle, y ordenó que le descontaran de su haber. Lo supo el agraviado y tomó venganza a su modo. En una clase de la Facultad de Economía, reveló que el rector
Anaya era un consumado poeta, y como prueba citó estos versos:
Blanca azucena del campo / belleza el cielo te da / recibe tú el corazón / de Ricardo Anaya A.
Se llamaba Héctor Anaya Arze y muchas generaciones de discípulos y contertulios gozamos de ese buen humor valluno que, como el huertalocoto, pica pero no mata.
No es, ni mucho menos, su única muestra de ingenio, porque hemos rescatado una de sus obras finas, en las cuales desfilan connotados personajes de la época, que frecuentaban un conocido boliche nocturno
ubicado en la calle Colombia, de propiedad del insigne Cojo Canedo, entre ellos, el Diablo Calvimontes, cuyo egregio nombre lleva el poema satírico. Veamos:
El Diablo Calvimontes / Salió a las puertas del Infierno / Y raudo se lanzó, sin más aprontes, / Por el espacio intérmino. / Al llegar a la Tierra sin demora / Pensó que la maleta que traía, / Elevadas al cubo contenía / Las plagas de la Caja de Pandora. / En lo alto de un monte se detuvo / Y se dijo con típica inclemencia: / “¿Por qué esas plagas las elevé al cubo / Si es capaz de elevarlas mi sapiencia, / En el acto, a la décima potencia?” / Lanzó tres carcajadas / De sus fauces fluyó fuego volcánico, / Echaron sus narices llamaradas / Y sus entrañas un hedor satánico. / Tembló la pobre tierra; / El cielo se cubrió de humo espantoso / Y en la atmósfera fétida y espesa / No cesó el rayo de tronar rabioso. / El Diablo Calvimontes complacido / Del desastre que había producido, / Bajó de su corcova la maleta / Dispuesto a dispersar el contenido / Por todos los rincones del Planeta. / Sacó de su maleta un macanudo / Conejo tan canoro y mofletudo / Como capaz de hacer grandes estragos. / Tomándose con él sus buenos tragos / Le dijo: a ti te llamarán / Carlos Cognac Champán. (Carlos Unzueta) / A la gente se le ha metido al seso / El gozar de sus cosas y sus bienes; / no la dejes gozar que para eso / Maña y figura tienes. / Ya la Agraria Reforma / Ha sentado una norma: / “Indemnización / No hay en la expropiación”. / Y en esa forma expropia en tierra camba; / A expropiar escapa a Cochabamba; / En Oruro exprópiales a todos la valija, / Haz lo mismo en Tarija. / Y de Puerto Suárez / Todo lo que suares / Llévatelo a Cobija. / No dejes en La Paz / A nadie en paz, / Tampoco en Potosí. / Conejo respondió: Si así me instruyes / Procederé así. / Iba el Diablo a poner en libertad / A otra tremenda plaga / Cuando andando con dificultad / Apareció don Jorge Zabalaga. / Diablo le preguntó ¿De dónde llegas, / K’ala, amigo querido? / Y K’ala respondió: Aquí he venido / En compañía de Villegas. / Al escuchar ese apellido / El Diablo se espantó y enmudecido / Cual camello que presume de Pegaso / Volando hacia el ocaso / Huyó despavorido.
Este 31 de julio, hubiéramos festejado los cien años de don Héctor Anaya Arze, el célebre Hormiga, el tercero de los legendarios hermanos Anaya.
Héctor Anaya Arze fue diputado, concejal y ciudadano meritorio de Cochabamba, que ya es decir mucho, pero sus numerosos discípulos lo recuerdan como luchador por la Autonomía Universitaria, fundador del
Partido de la Izquierda Revolucionaria, profesor de Matemáticas del Colegio Nacional Bolívar y fundador y profesor de la misma materia en la Facultad de Economía, en la Facultad de Agronomía y en el Instituto Tecnológico, hoy Facultad de Ciencias y Tecnología, de la UMSS. Fue hombre de fina vena humorística y de una agudeza sin par en los epigramas y cuartetas que componía al desgaire. Quienes disfrutaron de su conversación saben que fue humanista y autodidacta por vocación y ejercicio.

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