miércoles, 31 de agosto de 2011

Apuntes sobre Jorge Zabala

 


Apuntes sobre Jorge Zabala

Es difícil citar las frases geniales de Jorge Zabala, quizá porque su lógica es distinta, no racional sino poética, presta a relacionar los extremos aparentemente más absurdos en una nueva opción de sentido. Escucharlo era viajar a otros mundos, pero repetir lo que decía sigue siendo difícil. Por eso alabo la memoria de los amigos que pueden citarlo textualmente, con frases maravillosas que superarían con mucho a Ambrose Bierce, a Lautréamont o a Cioran y colmarían un buen volumen. (Es cuestión de proponerse).

A fines de agosto conté una anécdota en Facebook sobre este buen amigo que hoy vive en Tiquipaya. Dice así:
Una anécdota del inolvidable Jorge Zabala. Me la contó por casualidad Rolando López, esta mañana. Dice que iba en la vieja vagoneta de don Rafito Gumucio, y al pasar vio a Jorge Zabala que permanecía cara a la pared en la esquina de una casa fuera de rasante. Volvieron a pasar y Jorge seguía en el mismo lugar. Se acerca Rolando y le pregunta si se encontraba bien, y Jorge dio una explicación, que cito de memoria: Le estoy dando la espalda a esta ciudad. No quiero darle el gusto de mirarla.

Recibí al menos dos respuestas interesantes, que paso a citar:
Alex Federico Rodriguez Un día en la Calle Peru frente al Bustillos, se acercó Jorge y me preguntó: “ Fico, ¿has visto pasar mi conciencia? Estoy vacío”. Y yo le contesté: “¿Qué rasgos tiene? Y me respondió: “Tiene buena cara y ya me tengo que ir”. Y siguió caminando hacia la 25.
Gary Daher
En realidad el Jorge que recuerdo, del café en la Heroínas, navegaba entre sus notas. Iba de habitación en habitación de su biblioteca mental, como si fuera un laberinto. Mágico, salía de Kubla Khan de Coleridge para ingresar de pronto en las propiedades de la hoja de coca y regresar, por así decirlo, de improviso a las consideraciones de las publicaciones supuestamente negadas por el periódico Los Tiempos, zambullirse en apreciaciones sobre los paceños (a quienes miraba con recelo), trayendo sin motivo a Sergio Almaraz Paz, y así por delante. Todo de un solo saque, como si en su sombrero de mago habitara el mundo en un bello caos de erudiciones. Mientras al rededor todos escuchábamos entre fascinados, incrédulos y divertidos, a ese sol del café llamado Jorge Zabala.

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sábado, 27 de agosto de 2011

Qué significa ser un Tambor

Qué significa ser un Tambor
En este cálido y maravilloso mes de septiembre me suele recrudecer el amor que siento por Cochabamba, y no faltan los cuestionarios que me envían del interior, suponiendo que soy un conspicuo valluno, como que nací en Caracota y me crié en las Villas Montenegro y Galindo, de modo que soy caracoteño y villano de pura cepa.

Me preguntan cómo es un cochabambino y prefiero opinar cómo es una cochabambina. Es una mujer sumamente laboriosa y constructiva. Hablo de la chola, naturalmente, que mucho antes del 52 dio muestras de ser dueña de su destino y de sus negocios, al punto que muchas veces su cónyuge se reduce al papel de "respeto de la casa". Augusto Céspedes decía en los 40s que la chola era la única mujer boliviana emancipada económica y sexualmente. Ya D'Orbigny observó que la gente de este valle se caracterizaba por su extrema movilidad, pues viajaban por todo el territorio y aun más lejos de la Audiencia de Charcas llevando productos agrícolas, hilados, tejidos y artesanías. Comenta también que eran sumamente frugales mientras viajaban pero festivos y pródigos a su retorno al valle.

Se suele decir que somos envidiosos, pero no hay el mismo interés en rescatar los profundos lazos de solidaridad que hay en las clases populares. Aquí se ha inventado el pasanaku, que es un préstamo colectivo basado en la buena fe. El parentesco espiritual teje también redes familiares muy extensas y solidarias. Algunos técnicos dicen que en este valle hay mucha estática, es decir, energía negativa. He sugerido que construyamos un arco en el Aeropuerto que diga: Bienvenidos a Cochabamba. No somos como dicen.

Entre nuestros atributos más queridos, la chicha debería merecer una denominación de origen. La cocina debería ser un arte regional de todos los cochabambinos. La clima, como se dice acá, crea un ambiente caricioso y propicio al disfrute de la vida. Deberíamos eliminar la propensión al derribe de árboles. Somos temibles enemigos de los árboles, ya para construir, ya para hacer leña o para convertirlos en dinero. Otra plaga son los tinglados y los pisos de cemento.

EL PRESENTE LIBRO
Este es un libro de lectura fácil y al alcance de todos, dedicado en especial a los estudiantes de Secundaria, que cuenta algunas de las muchas anécdotas que deberían quedar en la memoria de quienes tenemos el privilegio de vivir en la Llajta.
Los textos están ilustrados con abundante material gráfico: fotografías antiguas y desconocidas, etiquetas y avisos publicitarios del pasado y algunos recuerdos gratos y personales del Cronista de la Ciudad.
Como se recordará, el 14 de septiembre de 2010, en la Sesión de Honor del H. Concejo Municipal, fui designado Cronista de la Ciudad de Cochabamba, un cargo ad honorem que consiste en confiarme la memoria de nuestra ciudad para conocerla mejor a través de publicaciones constantes. He vivido junto a cultores de la filosofía del exceso, unos revolucionarios, otros militantes de la buena vida; pero mi misión era otra, era dar cuenta de ello. Salvando distancias entre el talento literario y el coraje del Tambor Mayor José Santos Vargas y el talante modesto de este servidor, ¿qué cosa es un Cronista de la Ciudad sino un Tambor Mayor? ¡Cómo me gustaría que me llamaran Tambor Rocha!
A fines del siglo XIX y principios del siglo XX, la pequeña aldea republicana en que vivían nuestros tatarabuelos es sacudida por la ideología del progreso. En una década a partir de 1908 estrenamos la energía eléctrica y el transporte público en tranvías con la fundación de ELFEC; la telefonía con la línea pionera instalada por Juan de la Cruz Torres, la primera empresa telefónica Peña y Asociados, proceso que culmina en la fundación y fortalecimiento de COMTECO; la Cervecería Taquiña, que está ligada a la presencia de prestigiosos migrantes alemanes en nuestra ciudad; e incluso exploramos napas de petróleo en Kaluyo, como lo testimonia la Compañía “Águila Doble”, de Ramón Rivero y otros visionarios cochabambinos, entre otras empresas. Ese proceso está ligado a un cambio de mentalidad preconizado por personalidades como Juan de la Cruz Torres, Adela Zamudio, Man Cesped, Cesáreo Capriles, Ramón Rivero, Rodolfo Montenegro, Demetrio Canelas, la familia Anaya Arze, Carlos Montenegro y Augusto Céspedes, los cuales protagonizan la lucha por el progreso en el campo de las ideas, defendidas con vigor, como lo testimonia la célebre polémica de Adela Zamudio con Fray Pierini o con buen humor, reflejado en los numerosos periódicos que se fundaron en esta vena.
Sin embargo, hay estructuras profundas que permanecen en el tiempo: el recuerdo de la vida indígena y la vida colonial, el asombro de los primeros viajeros europeos que llegaron a nuestro valle, los fastos de la guerra de la Independencia, los héroes de Junín y Ayacucho, como Pedro Blanco, León Galindo, José Rodríguez y Francisco Suárez (bisabueno de Jorge Luis Borges), que vivieron en la Llajta; la sociedad agraria y apenas urbanizada; las costumbres de la vida campesina; la chicha como protagonista de la democratización de la sociedad oligárquica y del progreso urbano; la vida cotidiana ligada a nuestra condición de Granero de Bolivia; el auge de la gastronomía; la estética valluna basada en la gordura y la prosperidad y algunos personajes populares, representantes de la picardía valluna.
Ramón Rocha Monroy
CRONISTA DE LA CIUDAD

LA PAX COLONIAL Impresiones de los viajeros

LA PAX COLONIAL
Impresiones de los viajeros
Siempre me ha fascinado imaginar el asombro de los viajeros cuando divisaron desde las alturas el cuenco del valle cochabambino: su verdor, su clima amable, los rumores de vida que se escuchaban allí abajo, los numerosos cursos de agua y, sobre todo, la tipología humana de un sitio bendecido por la producción agraria: hombres y mujeres rotundos y fuertes, alimentados con grano, en medio de una estética dominada por la esfera, porque todo aquí es robusto y esférico: los cántaros, las tutumas, las ollas, los senos, los vientres y la prosperidad de una comunidad próspera y… esférica, producto de una buena alimentación, que se remonta mucho antes de la llegada de los españoles. Así nos vio Alcide d’Orbigny, que recorrió buena parte de Bolivia entre 1826 y 1834 y, no obstante que se queja de las enfermedades endémicas y la falta de higiene en otras comunidades, muestra su complacencia cuando llega a la Llajta:
“Desde la cordillera oriental cayeron de repente mis miradas a algunos millares de pies, sobre los ricos valles de Cochabamba. Qué singular contraste aquel con el de los riscos donde me encontraba” Era la imagen del caos al lado de la más grande tranquilidad: era la naturaleza triste y silenciosa en presencia de la vida más animada. Yo veía pues, en medio de áridas colinas, dos extendidos llanos cultivados y guarnecidos por todas partes de casuchas y bosquecillos, entre los que se distinguían gran número de aldeas, una grande ciudad a la que hacían sobresalir sus edificios como a una reina en medio de sus vasallos. Nada puede efectivamente compararse a la sensación que produce el aspecto de esas llanuras, cubiertas de caseríos, de plantaciones y de cultura. (…) Se creería ver allí la tierra prometida en el seno del desierto.”
“El habitante de Cochabamba, siempre tan dispuesto a divertirse y embriagarse con chicha, es, en los viajes, el hombre más sobrio y sobre todo más económico. Tiene, por encima de todo, un espíritu emprendedor y viajero. (…) Comerciantes por excelencia, a quienes nada les importan las fatigas, hay en todos los caminos, mestizos con sus mulas o con sus asnos cargados de mercaderías, que van a vender a todas partes. Por lo general, sus provisiones consisten entonces en una bolsa de maíz tostado. Se detienen en lugares deshabitados para hacer pacer sus bestias o viven en la ciudad con la más estricta economía, a fin de ahorrar dinero para sus familias, para cuando llegue el momento de compartir los placeres con ellas.”
Y así podríamos citar encomios de nuestro valle pronunciados por viajeros europeos como Mousnier, Thedor Herzog e incluso Fray Francisco Pierini, prior del Convento de Tarata y luego Arzobispo de La Plata, que protagonizó, como veremos, una aguda polémica con la señorita Adela Zamudio.
Sin embargo, ya en esa época, d’Orbigny se quejó de “la gran penuria de agua”, que hasta hoy es un problema serio en nuestro valle, aunque no siempre lo hayamos tomado así, como lo ilustra el verso de Jorge Suárez, que habla precisamente de un viajero europeo en trance de conocer la Llajta:
--Decidme, buen hombre, ¿en este valle
El agua mana?
--Mana, wirakocha, mana.

Tres fundaciones de Cochabamba

Tres fundaciones de Cochabamba
Usualmente se habla de dos fundaciones de Cochabamba en 1571 por Gerónimo de Osorio y en 1574 por Sebastián Barba de Padilla, con el nombre de Villa de Oropesa; pero se omite la más antigua, efectuada por el inca Huayna Kapac, que gobernó el imperio de 1493 a 1525 y rescató para este valle el nombre de Kochaj-pampa, castellanizado luego como Cochabamba.
Reducidos y diezmados los habitantes originarios de este valle, Huayna Kapac trasladó grupos de mitimaq para establecer una zona de producción masiva de maíz, como lo prueban cerca de 2.500 silos de almacenamiento de gramíneas hallados en el valle, especialmente en Cotapachi, por el Departamento de Arqueología de la Universidad de San Simón, mientras los originarios fueron enviados a resguardar la frontera sudeste del imperio contra las invasiones de tribus selváticas. Incarrakay, cerca de Sipe Sipe, era un tambo principal para el acopio de maíz enviado al Cusco. Y junto a estas actividades económicas, se dio el establecimiento de un panteón de deidades que propiciaban ritos de fertilidad agrícola y prosperidad.
FUNDACIÓN DE LA VILLA DE OROPESA
Documentos de la época e investigadores coinciden en que la Villa de Oropesa fue fundada en 1571 por Gerónimo de Osorio en el asiento indígena de Canata, poblado por indios canas, aymara hablantes y procedentes de las cercanías del Cusco. La discusión tiene nuevas luces a raíz de una publicación de 1995, que precisa la ubicación de Canata en el barrio conocido como El Pueblito, ubicado a orillas del río Rocha, entre las avenidas actuales Rubén Darío al oeste, América al norte y la prolongación de la Uyuni al este y al sur; y no en las cercanías del cerro de La Coronilla o cerca de la Plaza 14 de septiembre. La investigación arqueológica citada encontró abundante cerámica tiwanakense e incaica en la zona de El Pueblito, no así en las excavaciones en la Catedral, efectuadas durante su última remodelación. Esto explicaría que no hubo asentamientos precolombinos en la actual Plaza de armas, pero sí, y abundantes, en la zona de El Pueblito, que era un sitio estratégico por la angostura del paso al valle de Sacaba.
A poco de fundarse la Villa de Oropeza, uno de los españoles más antiguos en la región, Garci Ruiz de Orellana, litigó con Osorio porque la mencionada Villa había afectado posesiones suyas. Los primeros españoles se asentaron aquí alrededor de 1540 en el pueblo indígena de Canata, donde establecieron un “asiento” en el cual hicieron numerosas transacciones con notarios y otras autoridades jurisdiccionales. El pleito de deslinde duró hasta después de la segunda fundación de Oropeza en 1574 por Sebastián Barba de Padilla, quien trazó la actual Plaza 14 de septiembre y las calles adyacentes con el trazo acostumbrado de damero. Una provisión virreinal determinó que se otorgaran chacras a los españoles asentados en un rectángulo que va desde El Pueblito hasta la Laguna Alalay, llamada entonces de La Tamborada. La provisión indicaba que la provisión debía hacerse sin trazado de calles y destinada a establecer cuadras, por lo cual la zona se llama desde entonces Las Cuadras, en cuyo confín sur, a orillas de la laguna Alalay, el inca tenía un corral de camélidos. El río de Canata (hoy Rocha) corría pegado a la serranía de San Pedro; recién en 1585 Martín de la Rocha recibió autorización para desviar sus aguas hacia sus tierras ubicadas en La Chimba, por el actual curso, y por eso se habría llamado “el Río de Rocha”, más tarde simplemente Rocha.
Algunas dificultades tendría Osorio con Barba de Padilla porque éste no cumplió una provisión virreinal que le otorgaba dos solares en la acera norte de la Plaza de Armas. Padilla argüía que Osorio había escogido mal el lugar de fundación en tierras cenagosas y malsanas, como que los indios se quejaban de haber muerto ahí con cámaras de sangre en el vientre. Los documentos de la época precisan la ubicación de dos vertientes que más tarde dieron lugar a los balnearios de Chorrillos y El Cortijo. Además Osorio consiguió que le indemnizaran por las tierras ocupadas concediéndole la misma extensión en el actual pueblo de Chiñata, que en esos documentos figura como Chinata.
También se hace mención a cuatro de los primeros pobladores españoles de la época: Garci Ruiz de Orellana, Francisco Pizarro (homónimo, tal vez pariente del conquistador del Perú), Pedro de Estrada y Andrés de Rivera.
Canata era posesión de los indios de Sipe Sipe, tal vez desde antes de la ocupación incaica, que pobló este valle en un sentido multiétnico con agricultores mitayoq y mitimaes para beneficio del Estado central. Los Sipe Sipe probablemente serían icayungas, es decir, del actual departamento de Ica, Perú, los cuales tejían arte plumario para uso del inca. Cerca de Canata convivían indios de Tapacarí y de, todos de la etnia sora. También se habla de cavis y chuys, como nativos del lugar.
EL ESCUDO DE LA CIUDAD
El escudo de la Ciudad de Cochabamba y del Gobierno Municipal es un escudo europeo que data del año 1512 y corresponde a Don Fadrique Álvarez de Toledo, conquistador del reino de Navarra a nombre del reino de Castilla, de quien descendía el Virrey Toledo. Consta de un jaquelado de 15 cuadradas en azur y plata, sobre el cual se han hecho algunas modificaciones según herencias y matrimonios. El escudo que mencionamos es una variante del correspondiente al Duque de Alba. Los Álvarez de Toledo se hacen nobles en el siglo XIV al obtener el señorío de alba de Tormes y el título de Conde de Oropesa y el Ducado de Alba por servicios prestados a la corona española. Por eso el nombre original de Cochabamba era Villa de Oropesa.

Este escudo tiene 15 cuadrados iniciales en 3 filas de a 5. Al pasar los años ganan 8 castillos y 8 leones (que aluden a los reinos de Castilla y León), un ángel con tabardo jaquelado y con alas de plata con los brazos extendidos. El brazo derecho sostiene una espada con empuñadora de oro y el izquierdo un mundo coronado por una cruz. El lea a los lados del ángel en latín dice: Tu in ea et ego pro ea, Tú en ella y yo por ella, lema de los Duques de Alba, la casa con mayores títulos de nobleza de Europa. En la parte superior del campo ajedrezado y debajo del ángel hay una corona y a los lados 14 lanzas con banderolas que aluden a la guerra y expulsión de los moros.

El escudo departamental es de inspiración francesa. Fue aprobado por el Concejo Municipal en 1898. Está dividido en tres cuarteles o campos. En el campo inferior originalmente había una representación del Tunari, que fue sustituida por una balanza de Temis, diosa de la Justicia; y al caduceo del cuartel superior se le agregaron alas.
La balanza es signo de la justicia. El caduceo griego es el equilibrio entre fuerzas antagónicas. El haz de trigo representa a la agricultura y la unión de los cochabambinos.
Sobre la "mesa de espera" se lee 14 de Septiembre entre ramas de laurel y olivo, y a los lados, estrellas de 5 puntas representando a las provincias. Por debajo, dos grandes ramas de laurel y olivo anudadas con una cinta tricolor que se agregó posteriormente.

La Resolución del Concejo que modifica el escudo, en su parte resolutiva dice:
"En uso de sus atribuciones, modifica el escudo departamental así: Tiene la forma francesa, dividido en tres cuarteles: el primero de la derecha llega un campo de gules, 3 espigas de oro entrelazadas con cinta del mismo color; el de la izquierda en campo de oro un caduceo de azur con las serpientes de sinople; y el tercero que ocupa la parte inferior, una balanza en equilibrio, en cuyo primer platillo hay tres pilas de monedas de oro y en el segundo dos pesas.
El escudo está sobremontado de una corona cívica en cuyo centro se lee "14 de Septiembre" y rodeado de 12 estrellas que representan los distritos municipales. El conjunto está exornado de un trofeo de armas y los colores nacionales. Cochabamba, 17 de octubre de 1898. Venancio Jiménez. Julio Quiroga V., Secretario. La palabra sinople indica color verde. (Cfr.: Jorge Mostajo Salinas: “La historia de Cochabamba a través de las medallas y monedas" en Nuevas visiones históricas de Cochabamba, Cochabamba, 2010).

EL TIEMPO HEROICO La ermita de San Sebastián

EL TIEMPO HEROICO
La ermita de San Sebastián
En La Coronilla fue erigida una ermita donde se honraba la fiesta de San Sebastián. Seguramente era ya un sitio sagrado antes de la Conquista, una huaca prehispánica, pues es una colina que domina todo el valle de Cochabamba, y por eso la Iglesia erigió allí una capilla donde se festejaba ruidosamente al santo mártir. ¿Pero qué fue de la capilla? Que fue derruida en 1731 después de que clavaron allí el brazo derecho de Alejo Calatayud en una pica, mientras otros miembros eran repartidos en sendas picas clavadas en Jaihuayco y los caminos a Tacaparí, Arque y Sacaba. Como añadidura, la sevicia de la dominación colonial ordenó la destrucción de la capilla, y el sitio donde estaba fue rociado con sal, para que jamás creciera allí la hierba.
Desde entonces La Coronilla perdió su carácter sagrado y San Sebastián se quedó sin su fiesta tradicional, que ahora dicen se celebra en un domicilio particular próximo a la Avenida Siles.
¿Qué hubiera ocurrido si existía la capilla y el culto a San Sebastián aquel 27 de mayo de 1812? Que probablemente algunas de las mujeres que resistieron el ataque del ejército realista se hubieran refugiado en la capilla y quizá Goyeneche no se hubiera atrevido a profanarla. Pero, desde entonces, la Coronilla fue escenario de corrida de toros, de fiestas cívicas, es decir, laicas, de amoríos ocultos y de refugio de jóvenes marginados por la sociedad.
Me baso en lo narrado por Roberto Querejazu Calvo en su libro “Chuquisaca 1538-1825”. En 1725, Felipe V ordenó empadronar nuevamente a los indios de las Colonias para mejorar el cobro del tributo, venido a menos por la enorme cantidad de nativos que murieron por el rigor de la dominación española y las enfermedades que trajo la Conquista, como la influenza y la viruela, entre otras. El caso es que los visitadores empadronaban también a los mestizos como si fueran indios, no obstante que por tener algo de sangre española estaban exentos del pago del tributo. Entonces los mestizos se levantaron bajo las órdenes de Alejo Calatayud y se hicieron fuertes en La Coronilla. Se produjo un combate en Jaihuayco, donde 18 españoles fueron victimados con saña, incluido el alcalde, cuyo bastón de mando fue arrebatado por Calatayud. Era el 29 de noviembre de 1730 y los españoles se refugiaron en todos los conventos e iglesias; pero el movimiento concluyó con un acta de entendimiento suscrita el 9 de diciembre, y luego Calatayud fue capturado con engaños y ahorcado el 31 de enero de 1731. Luego lo descuartizaron en La Coronilla, clavaron sus miembros en picas y frieron su cabeza en aceite para enviarla al Virrey. La capilla fue derruida por 70 indios a sugerencia del oidor Manuel Isidoro de Mirones (que Dios lo tenga donde ameritan sus pecados). Los bienes de Calatayud fueron confiscados, demolida su casa y rociada con sal. Todos sus parientes fueron declarados “traidores, infames y rebeldes perniciosos” y su madre fue puesta en venta como esclava, pues habría sido mulata o negra, como que a Calatayud lo apodaban el Zambo. En fin, su esposa, de 22 años, fue encerrada en el monasterio de Santa Clara.
Quizá esta sea la salvación de nuestra augusta Colina: restituir el culto a San Sebastián, depositado en la Catedral hace casi dos siglos, y erigir allí un santuario que podría tener miles de devotos porque es una zona popular. Allí también deberíamos erigir un monumento para preservar la memoria de Alejo Calatayud.