jueves, 30 de septiembre de 2010

MELGAREJO ERA INCORREGIBLE

MELGAREJO ERA INCORREGIBLE

Joaquín Aguirre Lavayén cuenta lo siguiente: El atentado criminal en La Alameda de Charcas dejó a Belzu con el cuello tieso, y se veía obligado a rotar el cuerpo cuando tenía que mirar a alguien desde un ángulo lateral; eso le daba a Manuel Isidoro un ademán solemne que parecía aumentar la omnipotencia de su cargo presidencial. Así lo percibió la esposa del General León Galindo (Josefa López González de Prada Marrón y Lombera de Galindo, madre de Eleodoro) cuando llegó desde cochabamba con un grupo de damas hasta el Palacio de Gobierno para interceder por la vida de un sargento revoltoso y borracho sentenciado a muerte, cuyo único mérito era estar emparentado por línea bastarda con la ilustre familia Antezana de la ciudad de Cochabamba.
--Melgarejo es incorregible --les dice Belzu a las señoras de Cochabamba que lo visitan.
Las damas bajan los ojos compungidas, se suenan las narices con sus pañuelitos de seda, pero luego insisten y le ruegan al Presidente de Bolivia que perdone al sargento Mariano Melgarejo, que va a ser puesto en capilla por el Gobierno de Belzu para ser fusilado en la plaza pública de cochabamba.
--Señor Presidente, el pobre hombre es padre de dos niñas...--dice a Belzu la señora de Galindo--. Quedarán sus guagüitas en la orfandad.
Otra señora implora:
--Señor Presidente, perdónelo, cuando ocurrió el levantamiento revolucionario, el sargento Melgarejo no estaba en su sano juicio. El hombre estaba borracho, no sabía lo que hacía.
--No le creo --dice Belzu--. El sargento Melgarejo es un bribón. Perdonar es una virtud, pero perdonar a ese bribón de Melgarejo sería castigar a Bolivia --responde Belzu.
--Señor Presidente, usted, que ha sido salvado de la muerte por la Virgen María. Usted, que es un devoto cristiano... La Virgen María recompensará su clemencia. Yo le juro que el sargento Melgarejo le será fiel hasta la muerte. Salve usted la vida de ese pobre hombre!
--Se arrepentirán, señoras --les dice finalmente Belzu a las señoras de Cochabamba al firmar la orden de perdón." (En las nieves rosadas del Ande, Editora El País, 1991, pg. 176.)

NOTA.- Más tarde, siendo Melgarejo Presidente, derrotó en la batalla de La Cantería a la milicia espontánea que luchó contra su tiranía, entre ellos Nataniel Aguirre, cuatro hermanos Galindo, Luis Quintín Vila y otros. Melgarejo ordenó fusilar a Néstor Galindo, hijo del Gral. León Galindo, que no logró superar el dolor causado por la muerte del joven poeta.

PRIMERA FERIA DE LA COCINA REGIONAL

PRIMERA FERIA DE LA COCINA REGIONAL

Gracias a la iniciativa de Alfredo Medrano y con el estrecho apoyo de mi revista “Viernes de Soltero”, que circulaba como suplemento de “Los Tiempos” pudo realizarse la Primera Feria de la Cocina Regional, un evento que movilizó a más de 300 mil personas durante tres fines de semana al filo de la festividad de Urkupiña de 1986 en el Campo Ferial de la Laguna Alalay.

Como todos los coloquios que organizó Alfredo, éste sirvió para que los cochabambinos tomáramos conciencia de las virtudes de nuestra cocina criolla, que es una de las más ricas y variadas del Continente, y nos sintiéramos orgullosos de esta manifestación cultural que es la más importante de la región.

Para adherirme al esfuerzo de Alfredo, puse un stand de “Tapazo al paso”, una buena cosecha de singani servido en la tapita de la botella a 50 centavos a beneficio de la Huérfana Virginia. Durante tres fines de semana vendimos cientos de botellas, pero el éxito se debió también a la generosidad del Gordo Ja Ja que me envió de regalo 500 salteñas, 250 de papalisa y 250 de habas pejtu, dos especialidades que nunca he probado en otras salteñerías.
No era la única ocurrencia del Gordo, porque en Semana Santa horneaba las tradicionales salteñas de bacalao, y en Corpus Christi nos sorprendió cierta vez con una salteña que tenía vallerosquete, maní, chambergos, huallpaleches, frutas secas y tajadas de mandarina.

EL INGENIO DE ARMANDO ANTEZANA

EL INGENIO DE ARMANDO ANTEZANA

“EL TORNILLO”Y LA MESA DE LA NOBLEZA

Doña Amalia Cortés de Delgadillo era una ilustre dama chuquisaqueña que se vino a radicar en Cochabamba junto a su esposo, don Armando Delgadillo, profesor egresado de la vieja y benemérita Normal de Sucre. Doña Amalia decía que su mamita la había bendecido y por eso cocinaba bien, pues cierta vez se había demorado toda la mañana curando la cabeza con una comadre suya, y cuando retornaba alarmada a casa, sabiendo lo que le esperaba si no cocinaba algún plato suculento y una buena llajua para su exigente marido, resulta que Amalita, que tenía sólo 11 años, ya había hecho un ajicito de sesos y una llajua con una buena provisión de suico, manjares que fueron del agrado del padrastro. Entonces la mamá de Amalia la bendijo y la consagró como cultora del noble arte de la cocina chuquisaqueña.

Así se vino y puso una pequeña tienda y trastienda en la calle Antezana casi República, cuyo único letrero era un loro que anunciaba la llegada del periódico: ¡Papito, Los Tiempos!, le gritaba a don Armando. Allí había una mesa larga que presidía el Gordo Ja Ja. Se llamaba La Mesa de la Nobleza, porque cada comensal que llegaba invitaba un par de cervezas y el siguiente, a la voz de “Nobleza obliga”, hacía lo mismo. De este modo, al filo del mediodía, habíamos repasado todos los chistes y bromas habidos y por haber, y esperábamos la hora del almuerzo de muy buen humor.

De allí “El Tornillo” emigró a un local amplio, con salidas a la Esteban Arze sud y la Ayacucho, frente a la Terminal. Luego doña Amalia pasó a mejor vida y el sueño se acabó. Sin embargo, Javier Antezana rescató para “La Casa del Gordo” a Anita, quien aprendió y afinó sus habilidades culinarias trabajando con doña Amalia.

FALSA INUNDACIÓN

Eran los tiempos románticos del periodismo, cuando debíamos amanecernos para armar nuestros suplementos, en mi caso, el “Viernes de Soltero”. Andábamos en esos afanes cuando recibimos una llamada urgente del Gordo. Carlitos Heredia, gran director de revistas, y Alfredo Medrano, fino periodista y escritor, eran de la partida. Había llovido fuerte y el Gordo pedía socorro: decía que su horno se había inundado y si no podíamos llevar una brigada de auxilio provista de baldes. Nos fuimos de inmediato con los muchachos del taller. Llegamos y entramos como una brigada de bomberos dispuestos a luchar contra las fuerzas de la naturaleza. Había luz en el horno y eso nos facilitó dirigir nuestra vista al piso, a ver el nivel de las aguas; pero estaba completamente seco. Alzamos la vista y al fondo, sentado en su taburete de costumbre, el Gordo nos miraba socarrón, repulgando salteñas en columna, con ambas manos. Se rió en nuestras barbas como si cantara la Cueca de la Risa y blandió una botella de cerveza y un vaso que ocultaba debajo de la mesa. No había ninguna inundación; el horno funcionaba como de costumbre; Silverio, Gómez y todos los bravos salteñeros sonreían con la vista baja y el Gordo los presidía como un Obispo del Buen Humor. De inmediato nos invitó al comedor de diario, donde había unos suculentos lapping rociados con una docena de cervezas. Su explicación lo retrata de cuerpo entero: “Es que no quería comer solo, así que los llamé”.

Así era el Gordo Ja Ja, hombre de buen humor inagotable y de un ingenio que sacaba chispas a la paz de la aldea cochabambina.

EL CORO DEL GORDO

Armando era hombre excesivamente generoso. Había mandado construir un pahuichi frente al horno para recibir a los amigos que disfrutaban bandejas sucesivas de salteñas. De rato en rato aparecía el Gordo, vaso de cerveza en ristre, y ofrecía un brindis, luego alguna ocurrencia que nos hacía despanzar de risa y volvía al trabajo. En esos cálidos afanes pasábamos toda la mañana, que luego se prolongaría en una tertulia de todo el día.
Cierta vez me llama al horno y me dice muy serio: “Ustedes los intelectuales son llenos de prejuicios. ¿Tú crees que estos muchachos por ser salteñeros no son artistas? Te voy a demostrar que sí. Son muy buenos cantores. Te lo voy a demostrar”. Les hace una seña como director de coro, los divide en grupos de tenores, barítonos, bajos y sopranos y de pronto rita: ¡Tempe tempe! Y los muchachos contestan: ¡Ojetempe! El Gordo grita: ¡Lampi lampi! Y los muchachos: ¡Chupilampi! Naturalmente, voy a omitir la traducción.

DESAYUNO DE AVENA

Fui vecino del Gordo Ja Ja cerca de un año, y me había habituado a trotar muy temprano en la mañana hasta el Estadio, donde cumplía una rutina de ejercicios. El Gordo no me dejaba pasar, y una vez que me sorprendió escabulléndome por la acera de enfrente de la avenida me gritó: ¡Hipócrita! Le pregunté por qué y me dijo: “Porque trotas nada más para que te dé sed”. Así convinimos en que yo cumpliera mi rutina y luego retornara a desayunar con él un asado suculento, ornado de mote con queso derretido y seis cervezas.

Una mañana no lo vi y pregunté por él. Doña Margarita me hizo pasar al comedor de diario y me sirvió un tremendo plato de avena con leche, manjar para guaguas que mi hígado rechazaba, por supuesto. Sin embargo, me zampé calladito el platazo y por puro corcho le dije que estaba muy bueno. Doña Margarita se vengó sirviéndome un plato adicional. El Gordo había sido internado en una clínica, por un problema leve de salud, y era una forma simpática de tomar venganza de su compinche, que hasta ahora Doña Margarita festeja cuando la cuenta.

¿POR QUÉ EL NOMBRE DE GORDO JAJÁ?

Era uno de los primeros Festivales Lauro de la Canción, que sirvieron para promover a tantos artistas nacionales, y Armando debía ingresar al escenario, pero notó que la pieza de concurso que llevó no tenía pasta de ganadora. Entonces se le encendió el foquito y arrancó con un aire de cueca tradicional. Para sorpresa de todos, se puso a reír a carcajadas, pero sin fallar una sola nota musical. El estadio lleno se despanzó de risa y rugió al aplaudirlo, concediéndole el primer premio. Desde entonces, por su simpatía, se llamó El Gordo Ja Já.

RESCATE DE SU DISCO

Javier Antezana, a nombre de toda su familia, preparó esta edición de homenaje a su querido y recordado padre: el viejo extended play de la Cueca de la Risa, sello Lauro, ha sido digitalizado en los estudios de Carlitos Arroyo e Hijos. Es un obsequio para los amigos que incluye la presente biografía de Armando Antezana escrita por este servidor.


EPITAFIO


Allí en su tumba hay un epitafio que escribí de pura emoción. Algunos dicen que es un retrato certero del Gordo:


Aquí duerme
Tal vez no para siempre
La mano cálida y fraterna
El corazón abierto
Y el pecho hospitalario de
Armando Antezana Palacios.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

CHICO PS ERA YO

CHICO PS ERA YO

Cuando publiqué la novela !Qué solos se quedan los muertos!, sobre la vida de Antonio José de Sucre, un viejo intelectual me entrevistó en televisión y de pronto me abrumó con una pregunta: Ramón, tú que conoces muy bien el tema, dinos qué educación recibió y qué libros leía Antonio José de Sucre. Lo miré, perplejo, y apenas atiné a decirle: Chico ps era yo, no me acuerdo mucho.
La anécdota fue registrada en una ponencia que preparé para conversar sobre la novela histórica con un escritor italiano, invitado a la Feria del Libro, de La Paz, por el embajador de dicho país. Lo curioso es que no habían previsto la inclusión de pasajes y viáticos, como si yo tuviera la obligación de subvencionar los gastos de una representación diplomática tan importante. Y aun más, como al final no viajé, me pidieron la devolución de un supuesto boleto que nunca utilicé. Una agregada cultural con acento italiano me increpó por teléfono a tal punto que la amenacé con romper relaciones diplomáticas con un país tan próximo a mi corazón. La ponencia que preparé dice lo siguiente:

Cierta vez un prestigioso intelectual en edad de condecoraciones me preguntó, muy solemne: Dime, Ramón, qué lecturas tenía Antonio José de Sucre, qué educación recibió, quiénes fueron sus maestros. Lo miré, perplejo, y le contesté: Chico ps era yo, no me acuerdo. El caballero disimuló la rabieta y pasó a otra cosa, pero quizá no me perdonará jamás una declaración por lo demás tan exacta y, sobre todo, sincera.
Sincera y valiosa para mí, porque me indujo a alimentar un escrúpulo: si Antonio José de Sucre reviviera y leyera la novela que intenté sobre su vida, probablemente alzaría la espada de Ayacucho para dar cuenta de este humilde ciudadano del siglo XXI, que luchó al escribir para insuflar vida a los héroes, volverlos seres cotidianos y evitar que pronuncien frases sentenciosas hasta en el baño, con el temor justificado de que, al menor descuido, se conviertan en estatuas de bronce, y la narración en hora cívica.
Pero ¿cómo hacerlo sin usar el habla de hoy, a 200 años de distancia de la vida y el contexto social y cultural que vivió Sucre?
Al emprender la novela, tenía una ventaja inicial: el haber leído 17 tomos de cartas editadas por la Fundación Vicente Lecuna, de Venezuela, que trasuntan el espíritu de Antonio José, tan ajeno a la retórica de la época que afectó incluso a Bolívar, aunque en sus discursos y cartas hubiera llegado a una perfección olímpica, mientras Olañeta se revolcaba en esa prosa huera y simuladora, que ocultaba más de lo que decía. Sucre, en cambio, era un espíritu matemático, un militar ligado a la logística y al estado mayor, quizá en el fondo un muchacho sencillo a quien la vida no le había dado tiempo de aprender dos herramientas básicas para vivir en sociedad: la simulación y la mentira. Por eso sus cartas rebosan sinceridad, precisión en los datos y en los sentimientos, y un afán obsesivo por registrarlo todo, pues es fama que no tenía escribiente y hurtaba horas al sueño para dictarse a sí mismo sus numerosas cartas, con la angustia de que a veces solían tardar 80 días desde Chuquisaca hasta Bogotá, y lo peor, viceversa. ¿Cómo se puede tomar una decisión estratégica como la de precipitar la batalla de Ayacucho o una decisión política como la de fundar la República de Bolivia sin saber durante 80 días qué decía Bolívar? Esto extremaba su intuición, su olfato de ajedrecista para prevenir jugadas futuras y adivinar jugadas pasadas, pues en 80 días Bolívar bien pudo haber muerto precipitando su obra al abismo, sin que Sucre se enterara de nada.
Con todo, hay claros sobre su vida íntima, sus sentimientos, sus tics y manías existenciales que esas cartas no trasuntan y entonces no queda otra que inventar. Hasta aquí podemos sacar una conclusión: una novela histórica es siempre paródica; uno trata de que su personaje hable y actúe como supone que hablaba y actuaba el otro, el auténtico, que es el otro y no el mismo, pero a tal punto que si resucitara, probablemente se llevaría un tremendo disgusto y nos armaría un julepe de la madona.
Ahora viene en mi auxilio una confidencia irónica de Jorge Luis Borges, quien, con su habitual lucidez denuncia un prejuicio para él de dimensión latinoamericana, que tiene que ver con lo que Ángel Rama llama “la ciudad letrada”: el poeta y el narrador de novelas y cuentos, por más bucólicos que sean en sus temas, son fenómenos urbanos escritos por letrados; letrados que, para el vulgo, se convierten en expertos en todo, como verdaderos oráculos. ¿Hay un tsunami, un huracán, un terremoto? Debemos consultar la opinión del narrador o del poeta. ¿Hay una revolución, un proceso de cambio, una crisis política? Hay que escuchar al oráculo de Delfos. ¿Hay preguntas sin respuesta sobre el amor, la muerte, la vida, la amistad, la cordura o la locura? He ahí el narrador y el poeta para decirnos la palabra precisa con la sonrisa perfecta. Borges se reía de este prejuicio y confesaba algo por lo demás evidente: que el escritor no es experto en ninguno de esos temas, que ejerce apenas el melancólico oficio de tejer signos, que apenas pinta cuartillas con 28 letras del alfabeto para divulgar ideas ajenas. Digo que es evidente porque Borges no fue precisamente un filósofo, pues se limitó a enunciar tres, cuatro o cinco angustias o regocijos: los laberintos, los tigres, la noche, la espada, los límites, la vida después de la muerte o el anhelo de morir definitivamente. Borges sí fue, en cambio, un experto tejedor de signos linajudos, un memorioso, como Funes, que recordaba la cita precisa de la literatura nórdica, la sentencia dicha en sajón antiguo o el versículo de los Upanishads, y cuando no lo recordaba bien, los inventaba con el mayor desenfado. Aquí podemos sacar la segunda conclusión: que la novela histórica no es, de ningún modo, una referencia histórica. Citemos, por ejemplo, la confusión que se ha armado en Cochabamba con el tema de las heroínas de la Coronilla, pues hace tiempo que se ha dado por verdad histórica una invención novelera escrita por Nataniel Aguirre en Juan de la Rosa. En esas páginas, el notable descendiente del último intendente gobernador de Cochabamba, Manuel González Prada, que era su apellido materno, da por sentado que las valerosas cochabambinas fueron conducidas por una ciega llamada Manuela Gandarillas, quien tenía una nietecita de nombre Rosa Soto, y construye el recio personaje de Alejo sobre la sombra de Alejo Calatayud, muerto en el cadalso en 1731, casi un siglo antes. Digo sobre la sombra porque Nataniel Aguirre “sombras solía vestir de bulto bello”. Pues bien, investigaciones históricas cometidas por esos antipáticos ratones de archivo que suelen desmentir a los novelistas, dicen que Manuela Gandarillas era una dama de buen ver que gozó de la mejor vista, y que Rosa Soto murió 60 años después del episodio de La Coronilla, con lo cual Nataniel Aguirre y quienes creímos en sus afirmaciones nos vamos a salva sea la parte. ¡Pero la culpa no es de él, sino de quienes confunden la recreación novelística con la verdad histórica!
Un elemento final me viene a la memoria desde las novelas de Umberto Eco. Al leer El nombre de la rosa o El péndulo de Foucault me di cuenta, acaso por primera vez, que ese tejedor de signos que es un novelista puede usar información de mundos desconocidos y cocinar una buena sopa, un manjar sabroso como si hubiera nacido y vivido en esos mundos. Por supuesto que respeto el escrúpulo del narrador norteamericano, que tiene que vivir la realidad que escribe, pero ahí percibo la genialidad de Eco, y tanto más la de Borges, pues ambos son hombres de escritorio, lectores que prefieren la realidad vicaria de los libros a la vida en el caos cotidiano que no logramos entender; y entonces se enteran y traman y, otra vez, como quería Góngora, sombras suelen vestir de bulto bello.
Este párrafo tiene una conclusión o, más bien, una súplica: Por favor, no crean lo que los novelistas dicen, peor aun si son novelistas históricos; pero quédense con la mayor virtud de las novelas históricas: la de recrear un mundo del pasado y transportarnos a él, es decir, aproximarnos a esa verdad que perseguimos con desmesurada sed, aunque sospechemos que es pura ficción, pura mentira. Es posible que París no haya sido como lo pintó Víctor Hugo en Nuestra Señora de París o en Los Miserables, o Balzac en La Comedia Humana; pero a estas alturas es la única referencia que persiste en el imaginario colectivo de los lectores. Es bien posible que algún historiador nos desengañe documentos en mano, pero ¿quién le hará caso si tiene como armadura y adarga la prosa magnífica de Víctor Hugo o de Balzac?

200 ILUSTRES DESCONOCIDOS

200 ILUSTRES DESCONOCIDOS

Mi hija Camila veía las biografías contenidas en el blog http://cronistacochabamba.blogspot.com/, y se admiraba de que alguien pudiera almacenar tanta información. Pero su reacción posterior fue memorable: me sugirió que escribiera otras 200 biografías pero de ilustres desconocidos, y que las inventara. Hice el ejercicio y aquí va la primera:

MENESES, Cupertino
1950-2010
El más reciente de nuestros biografiados acabó en la silla eléctrica en el Estado de Virginia, donde emigró hacía 20 años.
Lo conocimos en la Villa Montenegro, donde desarrolló desde chico un talento especial para no hacerse notar, pero a tal punto que le decíamos El Hombre Invisible. Podía quedarse en tu dormitorio y velar tu sueño, y tú no te dabas cuenta de su presencia. Aun así engendró tres hijos con una vecina a quien visitaba de noche, como un gato, pero no se le parecían.
Consigno el año de su nacimiento, porque éramos contemporáneos, y el año de su muerte, porque salió en los periódicos; y su nombre completo por vaya a saber qué mecanismo de mi memoria, pero nada más. Se cansaría de vivir en Cochabamba porque decidió emigrar a los Estados Unidos y luego poco supimos de él. Retornó de vacaciones una sola vez, nos saludó casa por casa y se quedaba callado y sonriente porque no tenía mucho que contar; sólo balbuceaba palabras de contento. Como llegó se fue, y quizá no hubiéramos sabido nada más de él si no llegaba la noticia de que había sido condenado a la silla eléctrica por un delito que el mal redactor que le tocó no supo precisar. Sin embargo puntualizó sus últimas palabras. Cuando el cura acercó el oído para escucharle, Cupertino no pudo inventar una frase original, pero se le vino a la memoria una “metafísica popular” que había escuchado alguna vez. Sus últimas palabras fueron: Bien preocupado estoy, pero qué me importa.

NOMBRES DE CHICHERÍAS

NOMBRES DE CHICHERÍAS
Las viejas chicherías no tenían letrero y en sus licencias figuraban con nombres convencionales, muy distintos de los que les daban los parroquianos, verdaderos padrinos de bautizo de cada templo de éstos, donde se rendía culto al néctar de los Incas. La Leona, por ejemplo, era (o es) mujer de carácter desapacible, y montaba en cólera a la menor provocación, como la de echar un chorrito de chicha al piso “para la Pachamama”, que ella condenaba con gruesos denuestos. En su chichería había (o hay) carteles pintados por sus “akja devotos”, y al mayor de ellos lo llaman El Akja Decano.
Chicherías célebres eran Las Ñawilas, El Cuartel General, El Cuartelito y Las Penas; chicheras famosas, Irica Rocha, La Fiera Valica, La Chota Flora, La Chola Flora, La Rosa Vela y la Kjuchi Hocico. Esta última ofrece hoy deliciosos escabeches de patitas y enrollado.

NIVARDO PAZ Y MONROY BLOCK

NIVARDO PAZ Y MONROY BLOCK
Nivardo Paz Arze fue un periodista de nota, de una memoria prodigiosa y gracia excepcional para contar anécdotas. Lástima que no escribiera sus memorias.
En 1941 fue redactor de la Cámara de Diputados y, entre muchas, rescató la siguiente anécdota: el escritor Alcides Arguedas era Ministro de Agricultura y fue interpelado por los representantes del naciente MNR. El expositor fue el entonces joven político Germán Monroy Block y le reprochó que no hubiera un plan nacional de agricultura. Entonces se produjo el siguiente intercambio de palabras: “El H. Monroy Block es muy joven y está pagando su derecho de piso: habla mucho. Yo también estuve sentado en ese curul pero nosotros no hablábamos mucho y por eso nos decían “Los caballeros del silencio”. El Honorable pregunta por qué en Bolivia no hay un plan nacional de agricultura y le respondo, porque no es necesario, pues los bolivianos somos agricultores por instinto. En cuanto a mi pensamiento, bien le haría al joven diputado leer mi obra, en especial “Pueblo Enfermo”. Monroy Block le contestó: “El ministro Arguedas, agricultor por instinto, debería saber que la enfermedad de los pueblos no se cura con el silencio de los caballeros”.

EL INGENIO DE CARLOS MONTENEGRO

EL INGENIO DE CARLOS MONTENEGRO
Carlos Montenegro, autor de Nacionalismo y Coloniaje, puso estudio jurídico con el Dr. José Antonio Rico Toro, y allí hacía sus prácticas el estudiante de Derecho Franklin Anaya Arze, más tarde arquitecto, urbanista, músico y pedagogo. En la década de los 20 se estrenó el tango “A tu salud, compañero”, con letra de Montenegro y música de Anaya. Salió un suelto en El País, pero no hemos podido rescatar la partitura ni la letra.
Montenegro era el redactor favorito y único del bando bufo que leían los universitarios en cada carnaval. Alrededor de 1928, los universitarios salieron en manifestación y pidieron la cabeza de Montenegro, pero como se acercaba el carnaval se vieron en tropiezos en busca de un nuevo redactor del bando bufo. Entonces visitaron, compungidos, a Montenegro y éste aceptó el encargo, con una advertencia: Conste que es la segunda vez que piden mi cabeza. La anécdota me la contó el poeta Antonio Terán Cabero, Premio Nacional de Poesía “Yolanda Bedregal”.

LA QUINTA DE PALAZZI

LA QUINTA DE PALAZZI
José Palazzi construyó una quinta en la antigua Alameda (hoy Paseo del Prado o Avenida Ballivián), y allí abrió el primer restaurante donde se bebía “agradable cerveza alemana”. Instaló asimismo una fábrica de algodones y cultivó árboles de morera, algunos de los cuales todavía existen en vetustas casas de Cala Cala. Wilson García Mérida, de quien obtuvimos esta anécdota, añade: “Engañado por el gobierno de Melgarejo, don José Palazzi (abuelo de Hugo) erudito ingeniero llega contratado por el gobierno a Cochabamba en 1866 para organizar una escuela de agricultura y promover la industria de la seda. Ingeniero agrícola y sabio arquitecto, además de matemático. La Universidad de Pavia, en Italia, guarda el nombre de Palazzi en sus registros, entre los académicos mejor calificados durante el siglo pasado (XIX) (…) Hombre de buena fe, se desempeñó como profesor de matemáticas cuando el estudio de esta ciencia contaba con pocos adeptos.” (GARCÍA MÉRIDA, Wilson: Un siglo en Cochabamba, pg. 79 y 80).

LA CASONA DE MAYORAZGO

LA CASONA DE MAYORAZGO
La Casona de Mayorazgo está situada en la zona de Cala-Cala, sobre la avenida Simón López esquina Gabriel René Moreno. Ha sido restaurada por el municipio y está pendiente el uso que se le ha de dar, ya como museo, ya como espacio cultural. Según el estudio de Geraldine Byrne de Caballero y Rodolfo Mercado Mercado (UMSS-Instituto de Investigaciones Antropológicas, 1986, pgs. 15 y 16), corresponde a un conjunto de bienes fundados en un vínculo. Este caso corresponde a los bienes de doña Petronilla de Sanabria y Orellana, quien en una escritura de vínculo del 26 de noviembre de 1721 dejó en sucesión hereditaria al hijo mayor de la descendencia legítima de su sobrina Theresa de los Ríos y Sanabria, primera heredera, de quienes descienden los Boado y Quiroga y Mercedes Torres Moscoso, madre de los Rivero Torres. Dicha escritura vincula una extensa hacienda en Cala Cala hasta los límites de la Taquiña, con 76 fanegas, 16 almudes de tierras de labor con las familias de indios yanaconas que al presente tiene y le pertenecen casas, trojes y huertas. Sus títulos se remontan a la fundación de Cochabamba, pues el tatarabuelo de doña Petronilla era Garci Ruiz de Orellana, uno de los primeros encomenderos de este valle, propietario de las tierras donde se fundó la Villa de Oropesa por compra que hizo a los indios de Sipe Sipe. Como sus tierras fueron afectadas por la fundación del 15 de agosto de 1571, fue compensado con propiedades en Chiñata así como la hacienda de Mayorazgo. Las últimas dueñas fueron dos señoritas Galindo Borda. Se desconoce el paradero de los muebles originales.

EL PALACIO DE PORTALES

EL PALACIO DE PORTALES

El Palacio de Portales, ubicado en la zona de Queru Queru, de Cochabamba, fue construido por un equipo de arquitectos franceses dirigido por Eugene Bliault, contratados por Simón I. Patiño. Es un palacio imponente de estilo renacentista construido íntegramente con materiales importados de Europa, esculturas en piedra, mármol y bronce, construido entre 1915 y 1927. Los muebles también fueron importados de Europa. Patiño pensó establecer allí su residencia, pero la breve temporada que radicó en Cochabamba habitó la Villa Albina, edificada en Pairumani por el arquitecto francés Nardin entre 1918 y 1921, quien dejó descendencia en Bolivia. Hoy ambos edificios forman parte del patrimonio de la Fundación Simón I. Patiño, con sede principal en Ginebra, que realiza importantes trabajos en agropecuaria y genética (Pairumani), en Salud (Hospital Albina Patiño, entre otros), cultura y educación (Centro Pedagógico y Cultural de Portales, Cochabamba).