sábado, 27 de agosto de 2011

SIGLO XX: LA IDEOLOGÍA DEL PROGRESO La polémica de la Señorita Zamudio con Fray Pierini

SIGLO XX: LA IDEOLOGÍA DEL PROGRESO
La polémica de la Señorita Zamudio con Fray Pierini
Los años 1913 y 1914 despertó el anhelo de la educación laica al influjo de la reforma educativa emprendida por el gobierno de Ismael Montes y la Misión Belga, encabezada por Georges Rouma. La nueva causa tuvo en Adela Zamudio una defensora tenaz. Rouma había recomendado la supresión de la asignatura de religión en los programas de enseñanza. La Liga de Damas Católicas organizó un Concierto Infantil en el Teatro Achá el sábado de vísperas de las fiestas del 14 de septiembre de 1913 para financiar con esos fondos un Curso Superior de Religión, en desafío al auspicio oficial de la educación laica. Eran niños de 5 y 6 años y les tocó interpretar escenas “un tanto escabrosas” de La Mascota de Audán y La Viuda Alegre de Lehar. Entonces se encendió la chispa, porque doña Adela publicó en El Heraldo del 23 de septiembre su artículo “Reflexiones”, lamentando que los padres de familia confíen la educación moral de sus pequeños sólo a la enseñanza religiosa. Una semana después, El Ferrocarril publicó el artículo “Reparos, de Fray Francisco Pierini, fechado en el Convento de Tarata en 28 de septiembre. Debió ser ofensivo el Tata, porque le salieron al frente el periodista Rodolfo Montenegro y don José Macedonio Urquidi, ambos en El Comercio. En cambio, Alejandro Soruco apoyó a Fray Pierini desde las páginas de El Ferrocarril. Como se verá, el prestigio de la señorita Zamudio subió en tal forma que una década después fue coronada en la Plaza 14 de Septiembre durante el gobierno del Dr. Hernando Siles, hecho único en el país y en el continente.
Los apoyos a la señorita Zamudio no se detuvieron: recibió 300 tarjetas de felicitación por su artículo, según informó La Verdad, de La Paz, y a moción de Ricardo Bustamante, el Consejo Universitario de Cochabamba le confirió un voto de aplauso. Un redactor de El Norte de La Paz echó leña al fuego con estas palabras: “No es de creer que la señorita autora del artículo que critica al Padre Pierini deje sin repuesta los “Reparos” del honrado sacerdote. El artículo de este último ha sido escrito con bastante calor y no corresponde a la cultura que se admira en el artículo de la poetisa cochabambina.”
Claudio Peñaranda expresó su adhesión a doña Adela en La Mañana, de Sucre, calificándola del siguiente modo: “Genial temperamento lírico, cuyas actuales energías de corazón y de cerebro están dedicadas por entero a la noble tarea pedagógica, desde la dirección del colegio oficial de niñas. La palabra autorizada, severa y gallarda de la primera portalira de América, a la vez que la más distinguida escritora boliviana, da en esta ocasión la nota de alarma sobre uno de los males de nuestra sociedad presente: los dañosos rumbos de la moral religiosa, incomprensiva de su misión e inconsciente de su rol educativo, que tuercen los naturales impulsos de la inocencia infantil y pervierten la inteligencia inmaculada de la niñez.” Peñaranda agregaba que “sólo en las escuelas laicas hay la comprensión de la moral verdadera, de la moral humana, y de que toda la intromisión católica dentro del sagrado recinto de los deberes y de las normas de conducta sólo puede producir eso que fue siempre el más fuerte símil bíblico: “las manzanas podridas sobre los sepulcros blanqueados”.
La polémica trascendió a “El Cristiano”, de Santiago de Chile, y los alumnos de la Facultad de Derecho, de Cochabamba, le obsequiaron una pluma de oro a la “primera portalira”.
La Capital, de Sucre, apeló al infalible vitriolo chuquisaqueño para herir a doña Adela en las entrañas: “Puede la poetisa del Tunari ser “la primera portalira de América”; pero no es ella que ha llegado a la edad del desengaño sin formar hogar, quien ha de enseñar a las madres la educación de sus hijas.”
El Diario, de La Paz, manifestó su simpatía por la señorita Zamudio; pero El Ferrocarril, de 24 de diciembre de aquel año volvió a publicar un brulote del “iracundo capellán del convento de Tarata, Fray Pierini, en la cual acusaba a la poetisa de ser la autora de una carta abierta y anónima publicada en La Mañana, de Sucre. La poetisa contestó: “Es usted muy valiente con una señora… que no goza de los prestigios que usted ataca”. Las palabras que siguen son épicas: “Lo que evidentemente irrita a usted es que una cualquiera, como yo, una mercenaria que gana el pan, tachada, además, de irreligiosidad, se haya atrevido a denunciar un error de matronas piadosas, ricas e influyentes. Si esa es la moral católica, que usted tanto encomia, yo no la profeso, ni la enseñaré jamás a mis alumnas. Yo profeso la moral humana, la inmutable, la que aquilata la virtud donde se encuentre, humilde y desconocida, y condena el error sea quien fuere el potentado que ha caído en él. Aunque no lo expresa usted, da a entender que, como maestra, me considera indigna y peligrosa… porque no me he dedicado a escribir salves y novenas. Bien se ve que le duelen hondamente los títulos de escritora y de poetisa que me arroja usted a la cara con marcada ironía. No acierto a comprender qué tiene que ver un fraile con personalidades literarias de un país que no es el suyo.”
El Comercio, de Cochabamba, no se ahorró epítetos para Fray Pierini y para sus artículos “mal escritos”, que ultrajaron torpemente a “la más alta gloria nacional”. Lo acusa de ser cultor de la “hipocresía jesuítica” y de ser un “fraile díscolo y mentecato”. “Lo más extraño es que un fraile extranjero ultraje a una distinguida dama, que es el orgullo nacional, y también ultraje al Venerable Obispo, a quien le adjudica el calificativo de Juan Lanas. Ese fraile que, abusando la generosa hospitalidad que le presta el país, no tiene derecho para tomarse la libertad de injuriar y difamar lo más casto y respetable que tenemos.” Pierini había dicho que cualquiera de los profesores de sotana larga valían más que Adela Zamudio, y El Comercio le contestó: “Pues, sepa el díscolo Reverendo que en nuestro concepto que es el de la mayoría del país en que medra, Adela Zamudio vale más que él y todos los frailes reunidos del mundo.”
El Tiempo, de Potosí, dijo que la señorita Zamudio “lanzó una clarinada de lucha contra una mala educación llevada a cabo en algún colegio de Cochabamba, buscándose la inemistad (sic) de las señoras, clérigos y algunos jesuitas de leva corta, enemistad fatal y persistente. Pero aconsejamos a la señorita Zamudio que agradezca esa guerra; pues, está labrándole su pedestal de gloria.”
Claudio Peñaranda advirtió, en La Capital, de Sucre, los aprestos de “el Pierini de La Paz, el demagógico jesuita Francisco de la Cruz, reputado como cuervo de primera clase entre las aves de presa de la Compañía… (que) afila pico y uñas para iniciar su campaña en la capital de la República”.
Estos aprestos precipitaron el clamoroso respaldo a doña Adela de personalidades como Franz Tamayo, Tomás Manuel Elío, Bernardo Trigo, Rodolfo Soria Galvarro, Rosendo Villalobos, Pedro Aniceto Blanco, Gregorio Reynolds, Emilio Finot, Juan Francisco Bedregal, Abel Alarcón y Raúl Jaimes Freire, entre muchas otras.
A estas alturas, la polémica se había prolongado a enero de 1914, y los detractores y detractoras de doña Adela no declinaban la contienda. La Capital, de Sucre, acusó a la señora Zamudio “de recomendarse ante el gobierno, como si tuviera necesidad de actos indignos para sostenerse en su empleo de maestra de escuela”; de chismear “al Padre Pierini ante el Partido Liberal, ante el gobierno y particularmente ante el señor Montes, presentando al humilde franciscano como a un conspirador implacable, como a un rebelde y traidor al progreso boliviano.”
En fin, las damas cochabambinas, cuyos maridos no coincidían con ellas, entregaron una cruz de oro como reconocimiento a Fray Francisco Pierini. Lo importante es que doña Adela sólo había publicado el artículo inicial y una “Carta Abierta” para hacer frente a las acusaciones de Pierini; pero el 20 de marzo de 1914 publicó dos artículos titulados “Temas Pedagógicos”, en los cuales denunció el perjuicio que ocasionaba la ausencia de educación secundaria para mujeres. Poco después, en agosto de 1914, publicó el artículo “Por una enferma”, escrito con una intensidad digna de Edgar Allan Poe o de Villiers de L’Isle Adam (tal como lo sugiere Eduardo Ocampo Moscoso), que denuncia las consecuencias del claustro a la que fue sometida la monja Josefa Bascopé: “Desde el momento en que, por el engaño o por la fuerza, fue introducida en ese recinto (el convento), el universo quedó reducido para ella a esas cuatro paredes y al pedazo de cielo que alcanza a ver sobre su cabeza. ¡Una cárcel dentro de otra cárcel! ¡Una tumba dentro de otra tumba.”
El diagnóstico prejuicioso de la Superiora la ha calificado como enajenada, y entonces doña Adela pregunta: “¿Qué es, pues, sépalo el público por fin, qué es la hermana Josefa? Si es una religiosa, debería tener su puesto al lado de sus hermanas, en el claustro, en el coro, en el refectorio. Si es una enajenada, por qué no intentar su curación fuera del claustro? Si es una criminal, existe un ministerio público que puede juzgarla. Criminal.”
La hermana Josefa Bascopé había ingresado al claustro en la adolescencia; tenía apenas 31 años cuando vivía recluida en una celda oscura por una vaga acusación de demencia. Era una mujer marchita y desdentada, y su único afán había sido tejer un velo con los cabellos de niña que había guardado hasta entonces.
Era una acusación muy dura contra las monjas clarisas, a tal punto que el Fiscal del Distrito, Isaac L. Beltrán, investigó el asunto, pero concluyó que Sor Josefa estaba “rematadamente loca” y que era innecesario redimirla de su prisión, “lo que quiere decir que estaba destinada a morir en el pequeño manicomio que se ha construido en el interior de su convento”, según palabras de doña Adela.

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