Los restos de Raúl Lara descansan en el Tunari
El miércoles 24 de agosto, las cenizas del pintor boliviano Raúl Lara Torrez fueron esparcidas en la cumbre del Tunari, a 4.300 metros de altitud, cerca de un hermoso espejo de agua. Fue recibido por el cielo límpido de los Andes, por la cumbre nevada y por el vuelo de los cóndores. La ceremonia se inició con una k’oa, para pedir permiso a la Pachamama, y un acullico en el cual participaron José y Petra Ramírez, Rafael Puente y su compañera; la esposa, el hermano, los hijos, el sobrino del artista, y otros buenos amigos.
Uno se pregunta por qué Raúl decidió que sus cenizas se esparcieran en la cumbre del Tunari y no en las pampas de Oruro, que tanto amó y retrató en sus lienzos, pero él tenía desde 1996 la imagen del nevado que vela el valle cochabambino frente a su taller en Tiquipaya, y quizá decidió estar cerca de Lidia, su esposa, y de Ernesto y Fidel, sus hijos aun más allá de la muerte.
Lidia Marta Caiguara Alemán nació en Jujuy y allí conoció a Raúl Lara Torrez hace 41 años. “Me dio sus mejores años y siempre vivimos juntos, lo acompañé hasta el último momento. Estamos en paz”, dice Lidia al recordar que se casaron primero en Jujuy, el 9 de abril de 1976, y luego en Bolivia, una vez restablecida la democracia tras el golpe de García Meza. Se nacionalizó en Bolivia y tiene dos hijos, el primero, Ernesto (35), también nacido en Jujuy, y el segundo, Fidel (27). La familia festejó 35 años de matrimonio antes de viajar a Cuba, donde el pintor boliviano se sometería a un tratamiento. “Me lo quitó Dios, pero me amó y yo lo voy a amar siempre”, dice Lidia.
Cuando le detectaron un cáncer, comenzó el peregrinaje por su salud, que lo llevó a Cuba. La Embajada en La Paz colaboró en su traslado y el tratamiento en la Isla no le costó nada, no cobraron un peso.
Lidia recuerda con particular gratitud a Rafael e Irene, médicos de la Brigada Cubana que tiene su consultorio a 7 cuadras de su domicilio. Cuando llegaron de Cuba, Raúl necesitaba una inyección urgente y Lidia se dirigió de inmediato a la Brigada. Desde entonces, cinco médicos cubanos visitaron al enfermo y no lo abandonaron más, a cualquier hora, mañana y tarde. “Al margen de la posición política, me interesa la calidad humana y el desinterés de estos médicos. Es algo que voy a divulgar toda la vida”, recuerda Lidia, que tiene también palabras de gratitud para José Ramírez Voltaire, médico y vecino del artista.
“Raúl fue un revolucionario como pintor, porque vivió la política sin estridencias. Le daba más importancia al trato humano, a cómo actúas en la vida frente a tus semejantes”, valora Lidia. Era uno de los once hijos e hijas de Estanislao Lara y Berta Torres: Augusto, Gustavo, Walter, Blanca, Roberto, Jaime, Judith, Raúl, Ramiro, Néstor y José Antonio. El padre era perforista de interior mina. Catorce años vivieron los hermanos Lara en Jujuy y varios de ellos son artistas plásticos. Gustavo, fue el mentor de Raúl y de los otros hermanos artistas.
“Raúl comenzó su carrera plástica a los 11 años y nunca más dejó el pincel y el lápiz, tal como se puede apreciar en la Muestra Retrospectiva que se presenta en el Palacio de Portales. Inició sus estudios bajo la guía de su hermano Gustavo, que le llevaba 9 años. Luego viajó a Jujuy, donde nos conocimos, y siguió estudiando en Buenos Aires. La dictadura militar torturó a su hermano Jaime Rafael Lara y lo hizo desaparecer. Esto acentuó la vocación política y social de Raúl, de su hermano Gustavo y de toda la familia”, agrega Lidia. “Nuestros hijos se llaman Ernesto y Fidel por razones evidentes. Raúl dijo sus últimas palabras el día jueves 18 de agosto. Había llegado Gustavo, y cuando entró a verlo, Raúl levantó el puño izquierdo y le dijo: “Gustavo, hasta la victoria siempre”.
Con eso ratificaba el pintor su devoción por el movimiento popular, por la justicia social y por la cultura indígena y mestiza, que fue protagonista constante en sus lienzos.
Alguna vez me impresionó la fidelidad y la constancia de Raúl Lara al imaginario orureño, puesto que vivía desde 1996 en el valle ameno de Tiquipaya, pero dejó al menos dos lienzos que testimonian su amor por Cochabamba: en uno de ellos se ve el Tunari y los árboles vallunos, y en el otro, a Vincent Van Gogh disfrutando de la campiña y cascándole una tutuma de chicha. Raúl Lara Torrez partió hacia las nevadas alturas de los Andes a las 6:45 del lunes 22 de agosto de 2011.
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