sábado, 27 de agosto de 2011

Ayopaya: el Granero de Bolivia

Ayopaya: el Granero de Bolivia
En vísperas de la Guerra del Pacífico, se desató en el país una hambruna irredenta, que no hubiera podido ser controlada sin el aporte del Granero del Alto Perú, y más tarde de Bolivia. Como decía el escritor Honorato Morales: “Nadie ignora que cuando el espectro de la hambruna afligió al país en vísperas de la guerra que sostuvimos con Chile, y en calles y plazas del “bello pensil cochabambino” caían las gentes heridas de muerte por el hambre (sarcasmo del Destino!) fue Ayopaya la mano dadivosa que llevara el sustento a una buena parte del hogar atribulado de la patria, o brindaba sus trojes a la multitud que, horrorizada por el flagelo, se recogía desde alejados puntos a la sombra de sus frondas, plenas de vitalidad. (“De Oruro a los valles de Ayopaya. La importancia de una carretera”. Oruro, 1929).
Según Guillermo Urquidi, la riqueza agrícola y ganadera de Ayopaya se debía a las tres grandes regiones climatológicas: fría, templada y cálida, que se reparten a ambas orillas del caudaloso río Ayopaya, el cual nace como río Ayopaya en las alturas de Oputaña y se vuelve Sacambaya, luego se une con el Santa Rosa y toma los nombres de Lambaya, Cotacajes y Mosetenes. Da vértigo seguir su curso en el Google Earth.

La toponimia del lugar es de puros nombres aymaras. Ayopaya viene de hayo, lejos y paya, dos. Dicen que era una antigua población próxima a Machaca. Eso dicen, porque no quedan ni escombros.

Honorato Morales agregaba que Ayopaya como productora de cereales, “quizá no tiene rival en Bolivia, no porque allí los métodos agrícolas modernos se hayan impuesto dentro de una técnica rigurosa, muy al contrario, lo que pródigamente rinde su feracísimo suelo es obra casi exclusiva de la naturaleza combinada con el mezquino esfuerzo personal, en un radio que no abarca ni un 55% de lo que buenamente se puede laborar; y así, no embargante de esta proporcionalidad, se le considera “como el granero de Cochabamba y Oruro”.
El botánico suizo Theodoro Herzog describía así el suelo ayopayeño: “La cubierta coherente de vegetación alcanza, siempre que haya terreno correspondiente, hasta la altura de 4.800 metros; los aislados cojines de plantas y rocas vegetadas llegan hasta los más elevados picos de 5.200 metros. La frontera del bosque está situada en el lado húmedo del N.E. a una altura de 3.200 metros, más o menos; al Sud no hay bosque, a no ser el angosto cinturón de quehuiña, cuyo límite superior se halla a los 3.200 metros de altura; y algunos árboles aislados que se encuentran en el lado húmedo, suben hasta 3.900 metros. Las altas planicies y las pendientes hacia los valles, encima de la frontera de los bosques, están casi cubiertas de hierba (grama, &) donde pacen grandes tropas de llamas y muchos miles de ovejas.”
Herzog habla de la riqueza forestal del sitio, de los frutos subtropicales, de los cultivos de papas, ocas, cebada y quinua en las estancias altas, que llegan a los 4.000 metros; y de la producción de chuño; y añade que los terrenos arenosos y de turba serían adecuados para la siembra extensiva de avena.

La percepción de la riqueza de Ayopaya se remonta a la época de Francisco Viedma, que recomendaba las maderas buenas para construir embarcaciones, porque en vida propició la navegación del río Ayopaya como cabecera del Alto Beni, que le parecían aguas propicias para internarse en las misiones de Moxos. Y anotaba: “Se crían muy buenas frutas, tanto de Castilla como de la tierra, y son ciruelas, duraznos, uvillas, abrimelos, manzanas, melocotones, peras, bergamotas, higos, cidras, limones, paltas, chirimoyas, guayabas, piñas, plátanos, granadillas, pacaes y otras. Los terrenos son muy fértiles y producen mucho trigo, cebada, papas, ocas, anís en los altos y laderas de los cerros poco elevados pero pendientes, lo que hace muy trabajoso y difícil su cultivo. En las quebradas y bajos, principalmente a la parte Norte, se cría maíz, yucas, ají, camote, algodón de color blanco y de color canela, que llaman moyado; maní y cuanto se quiere sembrar. Los más de estos terrenos son de riego. En las estancias se crían excelentes pastos, de mucho engorde y nutrimento, particularmente para el ganado vacuno, que abunda más por la utilidad que procura a este comercio la inmediación al Yunga d La Paz. Hay también caballar, lanar, cabrío.”
Estos conceptos datan de más de dos siglos, y la provincia continúa aislada de la red troncal y con escasos emprendimientos agropecuarios o forestales. Recordemos que don Federico Blanco alabó los árboles maderables de aplicación industrial, tintóreas, resinosas, gumíferas, textiles, medicinales &. Don José I. Urey coleccionó 240 clases de muestras de maderas finas en su finca de Sailapata; y el veterinario Heriberto Fischer hablaba en 1912 de la finca del señor Samuel de Ugarte, que, según dato erróneo, comprendía “casi toda la provincia”.
Muchos autores se refirieron a la explotación de la quina y de la morera, como ocurría en la propiedad de Santa Cruz de Ilicona, ubicada a 1.000 metros de altura, de propiedad del sabio naturalista Tadeo Haenke desde el siglo XVII, en que plantó mora blanca para criar gusanos de seda.
Entre los cereales que producía Ayopaya, don Guillermo Urquidi citaba las siguientes variedades de maíz: willcaparu, pero no el morocho, que se da en Cochabamba, sino el redondo, de grano sin punta; y el waltacu; el maíz aizuma, uchuquilla amarillo y blanco, luribayeño, arrocillo, pisenkella y el delicioso huarikunca, fácil de tostar y muy suave, un poco dulce. el laricaja, bueno para cocer mote, el gris, blanco y plomo en una misma mazorca; el gris con manchas coloradas, muy suave; el gris con negro; el chuspillo, de cuatro clases y colores, uno de ellos bueno para fabricar chicha; el uchuquilla, de Copacabana, que también llaman kiscasara y revienta como rosas para fabricar pasankallas, muy bueno para molerlo y mezclarlo con harina de trigo. De Morochata venían el pintado de tostar y el tanitani, más rico que el pan.
En 1940, doce años antes de la Reforma Agraria, el censo de hacendados consignaba 12 nombres según el precio de sus predios, que oscilaban entre Bs. 3 millones y Bs. 600 mil: Evangelina vda. De Delgadillo, Juana Sanz de Gasser, José Coca, Carmen de Anaya, Juan Chiarella, Natalio Fernández, Antonio Rico Toro, Víctor Torrico, Wilfredo Zenteno, Mendizábal Daza Achá y Abel Herbas Palacios.

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